El emperador se levantó de mal humor. Había tenido un sueño tan extraño
como incómodo y pronto mandó llamar a su oráculo de cabecera.
--“En mi sueño se me caían siete dientes de la boca”, le dijo el gobernante
al sabio.
--“Esto significa el presagio de muy malas noticias, mi señor”, respondió
éste. “Concretamente quiere decir que van a morir tantos parientes vuestros
como dientes soñasteis que se os caerían”.
El emperador se puso de muy mal humor al oír aquello.
De hecho, se enfadó tanto que mandó llamar a su guardia para que se
llevaran preso al oráculo, le dieran siete latigazos y lo encerraran en la
mazmorra por siete semanas.
Y a continuación, mandó llamar a otro sabio.
El segundo oráculo había conocido la reacción irada del emperador y decidió
ir con mayor precaución.
--“Mi señor, vuestro presagio significa una gran noticia”, le dijo al
gobernante. “Concretamente quiere decir que sobreviviréis a todos vuestros
parientes y que vuestra vida será larga y próspera para el imperio que habéis
construido”, completó.
--“¡Eso me gusta mucho!”, exclamó el emperador. Y a continuación mandó que
le dieran al sabio un pequeño cofre con siete piedras preciosas como
recompensa.
Al salir del aposento imperial, el segundo sabio le confesó a su discípulo
que en el fondo ambos oráculos habían hecho la misma interpretación del sueño
premonitorio del emperador: sus siete parientes iban a morir. Sin embargo, el
modo de explicárselo de uno y de otro había cambiado radicalmente.
--“Decírselo de una forma o de otra puede hacerle feliz o desdichado. Toma
nota de esto, discípulo, pues tendrás que aprender a aliviar males, cuando no a
salvar la propia vida. Decir la verdad es como tener un diamante en la mano. Lo
puedes dar suavemente y hacer feliz a alguien, o tirárselo a la cabeza y
herirle”.
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