Cuento inventado veinte
Érase una vez un hombre sabio y bien
intencionado, que era tenido por santo por sus congéneres, venerado y escuchado
a la par. El hombre oraba y daba gracias en cualquier ocasión. Parecía cercano
a Dios y que éste, tras las plegarias, le respondiera con todo tipo de bendiciones.
Cierto día, un extranjero que transitaba
por el camino principal de la ciudad se paró a descansar y a escuchar las
plegarias del sabio. Éste decía: “Oh, buen Dios, perdona a los que hacen daño,
a quienes roban, a quienes calumnian, a quienes odian, a quienes torturan y
hacen mal a la gente de bien”.
El extranjero no supo contenerse y
le preguntó al sabio: “Disculpe, buen hombre, pero no es nada habitual que
alguien rece así por los enemigos. ¿Está seguro de que alguien le escuchará en
el cielo?
El sabio, que era hombre viejo, le
respondió: “Quizás no lo entienda usted. Pero le debo muchísimo a ese tipo de
personas tan malas. Me han humillado, vilipendiado, torturado y golpeado. Me
han escupido y se han reído de mí en público y en privado. Cada vez que me he
interesado por la riqueza material o por cualquier posesión, me las han robado
sin piedad. Me han causado tanto daño que me han hecho odiar el mal y desear abrazar
el bien sobre todas las cosas. Todos esos menosprecios son la razón del por qué
me he convertido en sirviente de todos”
Cuento sufí de Al-Din Rumi.
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