En
un oasis, en pleno desierto, se encontraba el viejo Mohammed reclinado sobre el
suelo y labrando la tierra con las manos. La escena estaba siendo contemplada
por un tuareg que se había detenido con su caravana para dar de beber a sus
camellos.
- “¿Qué
haces, anciano, trabajando con tanto esmero a pleno sol?”, le dijo el tuareg.
- “Siembro
palmeras con estos dátiles que llevo en el zurrón”, respondió el viejo.
- “¡Qué
barbaridad!” Dijo el tuareg. “¿Sabes cuántos años tardan en crecer las
palmeras? ¡Por lo menos medio siglo!”, añadió.
- “¿Qué
quieres decir con eso?”, preguntó el anciano Mohammed.
- “Pues
que es una estupidez que trabajes tanto para unas palmeras que no verás crecer.
¿O te crees que vivirás para siempre?”, dijo el hombre más joven.
- “Desde
luego no voy a vivir para siempre”, zanjó el anciano. “Pero sólo sé que toda mi
vida he comido los dátiles que otros plantaron antes de que yo naciera y me
gustaría dejar sembrada hoy la comida de los que me sucederán mañana. Déjame
terminar mi trabajo, y tus nietos seguro que lo agradecerán”.